LA REPÙBLICA
Sábado, 24 de marzo de 2012
Para los peruanos
esperanzados en lograr alguna vez como nación la plena madurez cultural
desgraciadamente hay frecuentes circunstancias en que el abatimiento sobreviene
sorpresiva y agresivamente, como impulsado por sinrazones tan incomprensibles
como vergonzosas, solo explicables como erupciones de una patología cultural
que parece subyacer agazapada bajo una apariencia de mediocridad extendida y
persistente. El ámbito de la arquitectura suele proveernos contemporáneamente
con frecuencia esos desagradables sobresaltos, tanto más discordantes porque
ocurren en una región –como la nuestra– cuya identidad histórica está cifrada
en gran medida en una jerarquía cultural sustentada notoriamente por su linaje
arquitectónico.
CATEDRAL DE HUACHO (Foto: Oscar Guerrero) |
Inevitablemente, cada
cierto tiempo el espectro de una ignorancia y un atrevimiento que parece
haberse incubado mayormente durante nuestra transición hacia la modernidad,
producen un nuevo estertor que confirma y acentúa la magnitud de esa recurrente
regresión. Suelen ser nuestras instituciones más longevas, el Estado y la
Iglesia, las más pródigas en incurrir en esa lamentable práctica.
El grosero atentado
arquitectónico y urbano perpetrado contra la iglesia matriz de Huacho encaja
por desgracia muy elocuentemente dentro de esa persistente trayectoria.
Proyectada hace menos de cuarenta años por uno de los más destacados,
respetados y reconocidos arquitectos peruanos –José García Bryce–su realización
añadió a su señera trayectoria profesional un edificio que no solo resolvió con
admirable ponderación y arrojo el delicado tema de producir un templo
emblemático: demostró palmariamente la viabilidad de traducir a la forma
arquitectónica una dimensión tan comedida como espiritualmente cargada de un
sentido cristiano tan intenso como austero. Equidistante de los notables
antecedentes con que cuenta la arquitectura católica en el Perú y en toda la
zona andina, y del inevitable aggiornamento que el advenimiento de una
modernidad intelectual y artística había acarreado al ámbito de la cultura
religiosa, la iglesia matriz de Huacho adoptó un formato urbano recurrente a lo
largo de la experiencia histórica barroca y neoclásica, manteniendo un amplio
atrio frontal que daba a su amable fachada una profundidad que exaltaba el
rango episcopal del edificio, entroncándolo además muy atinadamente dentro de
su entorno urbano.
Ese amable espacio ha sido
destruido como consecuencia de una caricaturesca intervención que no sólo ha
obliterado la espléndida fachada de la moderna iglesia, sino ha introducido
sobre la discreta superficie de un espacio que le era imprescindible al
lucimiento institucional y religioso de su arquitectura, un atrevido disparate
arquitectónico: una burda reproducción de la iglesia matriz preexistente, un
edificio de corte neoclásico que habiendo colapsado a raíz de un terremoto,
había sido sustituido por la refinada y sobria arquitectura de José García
Bryce, ahora oculta tras una imitación extemporánea, entrometida, y de una
insolente inconsistencia arquitectónica.
Este atropello contra una
de las costumbres más recurrentes en nuestra población –como es construir
edificios institucionales para dotarlos de un sentido de pertenencia y de
colectividad mancomunada– merece ser repudiado por las graves implicaciones
culturales y sociales que conlleva. En términos jerárquicos, constituye un acto
que desconoce el liderazgo ilustrado que toca ejercer a las autoridades de
cualquier género, mayormente a aquellas pertenecientes a las instancias más arraigadas en la tradición
social peruana, como son las del Estado y de la Iglesia. Disponer
arbitrariamente de espacios o recursos colectivos para realizar obras de
significativo impacto urbano, atribuyéndose una preparación o una experiencia
inexistentes, y desconociendo la importancia de obrar en el ámbito público a
través de la competencia de profesionales calificados en materias culturalmente
significativas, constituye un comportamiento que, como queda demostrado, nos
remite a un rango cultural bochornoso y ridículo.
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